Con los pies en el suelo, y la cabeza en las nubes.

sábado, 4 de febrero de 2012

El final.


Aquella noche sentada en su cama, mirando una noche sin estrellas ni lunas, lloraba vencida por el miedo y dolor. Ya no podía sentir su pecho latente. Estaba muerta, muerta en vida. Ya no podía esperar más. Sólo quería no sentir ese dolor. Se retorcia por dentro, sangraba veneno, estaba tan quemada... no quería despertar... no quería tener que echar de menos aquellos ojos azules verdoso que se clavaban en su mirada oscura y penetrante. Estaba vacía. Tanto, que ni la pena podía rellenar el hueco que su, ahora, tan alejado corazón le había dejado al quedarse junto a su otra mitad. Junto a él.
Se durmió más pronto de lo que esperaba. Las luces del alba comenzaron a penetrar el vidrio de la ventana, llenando con su agradable calor y luminosidad aquella habitación tan solitaria. Ni siquiera los rayos del sol podían revivir con su calor el alma de la niña. Sentía tanto frio por dentro, que creyó no sentir nada. Y se alegró. Pero la fascinante sonrisa de "el desagradable", cómo solía llamarlo para sí misma intentando engañar al viejo y sabio amor, retumbó en su mente como un redoble de tambores y se clavó ahí como un puñal de plata. Todo se había parado para ella, las manecillas del reloj ya no querían hablar con su "tic-tac" constante.